Nada se olvida, a nadie se olvida. En Madrid, 9 de mayo de 2018, día de la Victoria Antifascista / Pedro A. García Bilbao. Colectivo Al Servicio de la República
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Hay ocasiones en las que es imprescindible hablar con voz clara y en alto, en las que se debe decir lo que es necesario, en las que es preciso asegurarse de que quien deba entender, entienda. Y es por eso que hoy, día 9 de mayo de 2018, en el 73 aniversario de la Victoria sobre el nazi-fascismo en Europa, hemos venido hasta las escaleras de las Cortes españolas para decir lo que es imprescindible. Que la derrota del nazi-fascismo fue un triunfo de la Humanidad, un triunfo decisivo ante un peligro aterrador que de no haberse producido habría cambiado el curso de la civilización y generado, en palabras de Churchill, un futuro sumido en una larga noche sin final. Estamos por tanto ante una fecha especial, en una de esas que señala una encrucijada de la historia en la que resulta vital no equivocarse.
La victoria de 1945 fue la fecha de un nuevo comienzo, un día en el que se abrió una segunda oportunidad colectiva; vendrían aciertos y errores, oportunidades y fracasos, no desapareció la explotación ni brilló sin sombras la libertad, nadie afirma eso, pero es claro que fue derrotada una mutación criminal del alma que hubiera dejado a la humanidad, como concepto, sin espacio sobre la tierra, fracturado por la fuerza el género humano en divisiones artificiales y dementes que hubieran condenado a la mayoría a la muerte o a una vida atroz. 1945 representa eso exactamente, una segunda oportunidad. Tal es el sentir en la totalidad de las capitales de Europa y en la mayoría de los pueblos. Urgidos a tener que situarse, nadie hay que reclamándose demócrata pueda mantenerse tibio o indiferente ante lo que esta fecha significa. Pero no nos engañemos a nosotros mismos, los que entonces o ahora hubieran sido cómplices del nazi-fascismo, los que entonces o ahora volverían a intentar manipularlo para favorecer sus posiciones de poder como criminalmente hicieron en su época, siguen aquí, no se han ido.
Estamos en pie en las escaleras de las Cortes Españolas, pero en el interior de la Cámara de Diputados no se ha hecho sentir el orgullo de que fue el pueblo español el primer combatiente contra el fascismo. No se ha dicho en voz alta, ni sacado las consecuencias lógicas del sencillo y claro hecho, de que cada piloto nazi derribado sobre el cielo de Madrid fue un enemigo menos e la Batalla de Inglaterra. El pueblo español fue el primero en enfrentarse, en alzarse contra el fascismo, tanto el propio como el ajeno. Y su lucha no cejó ante la adversidad. Primero en suelo español, después en todo el mundo, y digo bien, porque desde las arenas de Normandía, a las playas del Pacífico, desde Bir-Harkeim en Libia a las afueras de Moscú, comprometiéndose hasta la muerte con la libertad de Francia en el lejano oasis africano de Kufra o luchando en el istmo de Carelia en la defensa de Leningrado, los españoles lucharon y lucharon sin descanso por la libertad y en la esperanza de poder liberar su patria. Lo hicieron bajo todos los uniformes aliados conocidos o sin otro distintivo de honor que su corazón republicano y español, en las filas de la resistencia antifascista, sin rendirse jamás, sin otro llamado que el de su conciencia. En los campos de concentración nazis, bajo las más atroces e inhumanas condiciones, los españoles fueron un ejemplo de solidaridad y dignidad.
Podrán enterrarlo todo bajo la losa del olvido impuesto y mantener el decreto de noche y niebla que sigue vigente, pero es parte de la historia y no lo podrán borrar jamás de nuestra memoria colectiva, sólo arrancando nuestros corazones podrán erradicarlo; es ésta, por ello, una batalla que no podemos permitirnos abandonar, pues se trata de nuestra identidad democrática y de nuestra dignidad colectiva como pueblo.
La bandera tricolor del pueblo español conoció fugaz la victoria en el París liberado, pero bien sabemos que pese a la derrota del nazi-fascismo, las potencias aliadas prefirieron una España de rodillas, sometida a un régimen infame que vendió nuestra soberanía e independencia a cambio de su supervivencia, antes que favorecer una España democrática y dueña de sus destinos. El 9 de mayo fue el Día de la Victoria y en él los españoles nos podemos reconocer orgullosamente, pero hemos de hacerlo lúcidamente. Y es que esta fecha nos trae hoy aquí, no solamente como expresión de orgullo, nostalgia o reconocimiento; tampoco, como ocurre en muchos países, como alerta para evitar que se produzca de nuevo algo parecido, no es eso solamente, estamos aquí para exigir al Estado Español medidas concretas que pongan fin a las complicidades con el nazi-fascismo y a la impunidad del franquismo que pervive a día de hoy.
El hecho es que España sigue sin ser liberada: ¿cómo explicar de otra forma que sea considerado como un peligro a la seguridad jurídica declarar ilegal o nula la deportación a los campos nazis de miles de españoles y su declaración como apátridas por el estado franquista? No se quiere reconocer que el estado franquista fue posible gracias a la intervención militar de la Alemania nazi y la Italia fascista, que fue fruto de un golpe de estado ilegal y de una injerencia extranjera, sin que la España de la monarquía actual haya sido capaz de desligarse de forma inequívoca? Las víctimas del franquismo siguen siendo consideradas criminales y legales los tribunales y sentencias. La intervención militar franquista en favor del Eje es vista como algo natural y merecedor de honores y distinciones, un timbre de honor incluso para la España oficial.
En 2018, en los actos de conmemoración de la Victoria, la España oficial está ausente o mantiene un perfil bajo, consciente de las contradicciones que implica tal fecha en el ámbito interno. No está aquí ahora la Ministra de Defensa, no presentaran armas ni rendirán honores los soldados, no habrá gesto o palabra alguna del gobierno o de la jefatura de Estado en recuerdo de los españoles que lucharon por la libertad de Europa frente al nazi-fascismo, callan de forma miserable los que se llaman a sí mismos «constitucionalistas» y se muestran incomodos los que son incapaces de encontrar una patria honrosa en nuestra identidad colectiva democrática, antifascista y republicana.
Quienes hoy estáis aquí, en Madrid, en Barcelona, Bilbao, Sevilla, Valencia o estuvisteis en Mauthausen en Austria hace unos días, sois la encarnación visible de la dignidad de España, el extremo de una larga tradición de lucha y sacrificio por la libertad que es precisamente el más firme lazo de unidad entre todos. Cuando en muchos países de Europa surgen de nuevo discursos racistas, hipernacionalistas y antirrepublicanos que buscan reescribir el pasado y legitimar los crímenes del nazi-fascismo, el modelo español de impunidad y revisionismo se vuelve peligroso incluso más allá de nuestras fronteras. No podemos callar. Los que todo lo dieron sin pedir nada a cambio y murieron para que pudiera haber un mañana, nos obligan con su ejemplo a asumir nosotros hoy un compromiso hacia el futuro.
Un día, más pronto que tarde, estas palabras resonaran en las Cortes y serán rotos muros y cadenas, habrá reparación a tanto dolor, brillará la verdad y se hará justicia.
Nada se olvida, a nadie se olvida. Es mucho lo que está en juego.
Hoy, 9 de mayo de 2018….
¡Viva el Día de la Victoria Antifascista!
¡Viva la República Española!
Miriam G. al-Mayiriti
2018/05/09
Me parece imposible que el actual régimen sea capaz de cumplir estas reivindicaciones: «estamos aquí para exigir al Estado Español medidas concretas que pongan fin a las complicidades con el nazi-fascismo y a la impunidad del franquismo que pervive a día de hoy» dado que su esencia, la de este régimen borbofranquista, es la de culminar y garantizar la perpetuación de los frutos de la derrota de los pueblos de España a manos de sus clases dominantes, de la propia derrota, y asegurar que no se vuelvan a constituir en sujeto histórico en dueños de sus destinos. Y esta es una esencia antidemocrática y fascista, esencia política que determina el contenido último de las formas jurídicas, por muy democráticas que llegaran a ser estas. Muy bien lo saben. Por eso siguen honrando a la dictadura y siguen en las cunetas los caídos por la democracia, por la República. Y es de ahí mismo de donde surge que la guerra y la dictadura no se puedan superar, que tengan aún hoy tanta presencia de la que ellos se encargan de mantener bien viva a la vez que nos dicen al pueblo que olvidemos nuestras quejas por los agravios. Y por eso, por esa esencia política y razón de ser del actual régimen, la República es en realidad la clave de la política española. La clave, sí, de la lucha de clases, por mucho que haya obtusos pretendidos marxistas que se nieguen a ver esto porque la República es «democracia burguesa», aferrándose a las definiciones de diccionario para volver la espalda al estudio del devenir histórico y así apelar a un obrerismo vulgar y desarmador -fuente última de su debilidad y falta de perspectivas, de su impotencia, quizás entregándolas así, fruto de ello, como base del fascismo «molón» del siglo XXI- para separar a las masas populares de su obvia tarea política liberadora llamándolas a no ver más allá de la punta de sus narices y de la inmediatez, lo que equivale a colaborar con las clases dominantes en su fin de encajar al pueblo en su orden. Me acordaba el otro día de que precisamente Marx dedicó sus conocidas palabras «todo lo que sé es que no soy marxista» a gente así (y no a otras cosas como a menudo se pretende), como vemos en el principio de la carta de Engels a Konrad Schmidth: «La concepción materialista de la historia también tiene ahora muchos amigos de ésos, para los cuales no es más que un pretexto para no estudiar la historia. Marx había dicho a fines de la década del 70, refiriéndose a los «marxistas» franceses, que «tout ce que je sais, c’est que je ne suis pas marxiste»» https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/e5-8-90.htm
Miriam G. al-Mayiriti
2018/05/15
Y habría que hablar incluso de su importancia táctica, en las luchas por las mejoras. Porque se hacen manifestaciones, campañas, huelgas generales… y no valen para nada. Llevamos ya décadas retrocediendo, haciendo un papel muy raro en la lucha de clases, en el que solo recibimos hostias mientras que las clases dominantes hacen como les place, y gratis. Las luchas quedan reducidas a una simulación para creer que se hace algo, y todos tan contentos al volver de la mani porque «ya hemos luchado». Y no vale para nada. El último y más triste espectáculo lo han dado las últimas luchas por las pensiones, en que el carácter posmoderno de esta farsa ha alcanzado sus más altas cotas, en que las clases trabajadoras han dado la más triste imagen de su impotencia y su descomposición como sujeto político, hundidas ya en ese ciudadanismo, ese buenrollismo, en ese posmodernismo. Porque la cuestión es que, si frente a esas manis, etc., las clases dominantes no ceden… ¿qué las pasa? No las pasa absolutamente nada. No tienen ningún precio que pagar por pasarse las quejas del pueblo por el forro. Y no van a hacer caso de «la gente» por nuestra cara bonita, como muchos parecen creer. Ese es un camino de derrota que, en efecto, ante la desesperación y el callejón sin salida, parecen terreno abonado para una posible demagogia fascista «salvadora». Las luchas por resistir y no digamos ya avanzar en mejorar la situación de las clases populares -algo hoy que parece una posibilidad remota, una imposibilidad- no son posibles si las clases dominantes no tienen una razón para ceder. Es decir, si las luchas no tienen un carácter de lucha política, de lucha por el poder político, y no sientan un sudor frío frente a esas manifestaciones o huelgas porque, si no ceden, lo mismo lo pierden todo. Son cosas clarísimas, son cosas evidentísimas, y muy sencillas de explicar y de entender, en especial si recordamos la historia, si recordamos por qué en otras épocas han cedido frente al pueblo. Y por ese desarrollo histórico concreto de España, que se destila por así decir en el significado del actual régimen como garantía de que la victoria lograda mediante el fascismo por las clases dominantes sobre el pueblo no se «va a echar a perder», y que, por tanto (además de por otras razones) es la República la herramienta y el medio de cortar ese nudo gordiano, o esa red que nos somete, y entre esas otras razones que sería largo de explicar está lo que significa la República como fin. No valen los discursos etéreos acerca de la democracia burguesa, olvidando la historia, el proceso histórico concreto de nuestra sociedad, en el que por ejemplo, no hemos tenido, como sí tuvieron los franceses, una democracia sostenida por la lucha de pueblo como forja de la nación, del Estado-nación, en la etapa histórica de formación de los estados-nación, y nos encontramos como resultado con la España invertebrada -y con esto ya apunto a otra de las razones por las que es necesaria la República. La toma de conciencia de las clases populares en España sería precisamente el reconocimiento de la necesidad histórica de la República como respuesta popular a los porblemas de nuestra sociedad, porque significa la disputa del poder político a la oligarquía por pare del pueblo, dando como primer paso el desvencijamiento del actual régimen, cuya esencia es el garantizar la postración del pueblo, su impotencia. NO es exactamente que la República, como dices en tus charlas, recordando a Alvaro de Albornoz, deba expresar las necesidades concretas del pueblo (o una expresión semejante). La República ya es objetivamente LA expresión de esas alternativas. Y es por eso que la República es la clave de la política española, y por eso está como oculta, y por eso el importantísimo papel de la «izquierda» a la hora de asegurar ese ocultamiento y de pastorear al pueblo en los cauces del régimen. Claro, se trata de desvelar, de hacer evidente en las consciencias y en la práctica política este hecho, pero no se trata de como fabricar algo artificial, de ver la manera de imponer a la realidad una utopía, sino que ya es la realidad misma, objetiva, la que contiene esa necesidad. CLaro, es verdad que hay gente que justifica la República diciendo cosas que es que es más barato un Presidente que un Rey, lo que puede ser verdad, no me he puesto a echar cuentas, pero me parece una bobada, porque aunque fuera al revés, por lo que significa políticamente, estaríamos obligados en ese caso a pagar más porque la República es irrenunciable (y hablo de la circunstancia de nuestro país, sin entrar en debates «por asuntos generales»), de manera que se cae el alma a los pies cuando se oyen estas cosas como argumento, que significan que no se entiende la necesidad política, ni por tanto la situación política en la que estamos ni los problemas que tenemos. Y además vemos la vinculación entre la República como necesidad para el pueblo, a la vez que como medio para hacerlo fuerte, y en el proceso organizarse como sujeto político. Por lo que es imposible además concebir la República instrumentalmente como medio para ganar luchar parciales y luego olvidarse, sino que implica que hay que estar dispuestos a llegar hasta el fin, y llegar de hecho hasta el fin. Sin la perspectiva de la lucha política por la República, las luchas parciales solo accidental y temporalmente no conducen al fracaso, y esa desesperación y esa impotencia ya sabemos a lo que conducen (no por España, que aquí el fascismo no vino por apoyo de masas, pero sí por otros países de Europa). Así pues, es completamente irrealista y utópico, idealismo puro, y así nos luce, que vamos de derrota en derrota, el plantearse luchas parciales sin plantearse como perspectiva la República. EN efecto, como entiendo lo que dices, en esta perspectiva es esencial el diseñar una estrategia política, institucional, etc., y concretizar o más bien desvelar cómo se manifiesta la necesidad de la República, de forma orgánica -no como los programas en plan listas de los deseos de algunos partidos izquierdistas- ante los problemas concretos. Y el ponerse a decir que si es «democracia burguesa» y tal como hacen algunos me parece una tontería sin pies ni cabeza; porque las formas políticas no surgen por decreto -o cuando lo hacen duran poco y mal- y además algo que muchos marxistas malinterpretan; porque se critica la democracia burguesa por no ser verdaderamente democrática porque solo es democracia formal mientras que es la dictadura del capital, etc., y a continuación dan el salto en el vacío de la lógica de decir que eso significa que hay que pasarse las formalidades de la democracia por el forro, cuando el problema de la democracia burguesa no es la formalidad, sino el contenido de clase, y es el contenido de clase lo que hay que cambiar como forma de lograr una auténtica democracia -aunque formas y contenido no pueden ser independientes, pero no podemos adivinar cómo serán las formas democráticas al cambiar el contenido de clase del poder, en nuestro país y en la tradición política y cultural de Europa Occidental, solo podemos avanzar según el camio que tenemos delante-. O sea, que usan una falacia lógica para argumentar contra la formalidad democrática, y no contra que la democracia se quede solo en las formas. Que manda uebos, siendo históricamente el comunismo el ala más radical de la democracia, precisamente porque se planteaba llegar al contenido, pero se ve que la campaña anticomunista ha llegado a convencer a los propios comunistas, en estos tiempos tan posmo.
El otro día, discutiendo con alguien acerca de un tema que no tiene que ver (el que me parece muy sospechoso el concepto de psicopatía de los psicólogos, sin negar el hecho de que hay gentuza muy dañina ni nada de eso, sino el concepto en sí), me encontré con otra muestra de ese miedo genético que el fascismo nos metió y que de acostumbrados que estamos, ni se percibe. Porque una de las cosas que me hace sospechar que ese es un falso concepto, es la forma en que se usa demagógicamente para denigrar a los tiranos y a los enemigos políticos (y también, por supuesto, a los dirigentes revolucionarios de la historia en este mundo de anticomunismo rampante). Y aquí, todo el mudo que si Hitler fue un psicópata, que si Calígula fue un psicópata, y, claro, Lenin, Stalin y demás. Y la historia y los hechos, ya explicado todo, así de simple. Y si eres comunista es que eres un psicópata, junto con Hitler y con Calígula. Pero hete ahí que en esta visión tan tonta de la historia, en este puto país, a nadie se le ocurre decir que Franco fue un psicópata, cuando debería ser lo primero que a cualquiera se le viniera a la cabeza, y más con sus hechos de trepa despiadado y cruel.
dedona
2018/05/15
Además de lo muy procedente de tus consideraciones, haces ver al final que a Franco no se le califica popularmente como «psicópata», a diferencia de otros dictadores… es lo que se llama una reflexión de alcance. Hay que valorar esto como tu lo haces
Miriam G. al-Mayiriti
2018/05/17
Me llamaba la atención el miedo y temor reverencial hacia el Enano Asesino que nos han metido en el cuerpo y que todo el mundo asume, y ojo, que esto se hace como lo natural, imperceptible e inconscientemente (y eso es la ideología de una sociedad), como el respirar. Obviamente esas explicaciones de la historia ni son explicaciones ni son nada.
Lo que me preocupa ahora es que entramos en un nuevo ciclo electoral o ya estamos en él. Porque entre esas cosas que hace el pueblo y que no sirven para nada porque (permítaseme una explicación de índole marxista, pues es lo que soy o creo ser sin que ya me importe mucho la distinción) no tienen en cuenta la dialéctica entre el polo de lo inmediato y el polo de la disputa por el poder político, como trataba de explicar en mi anterir mensaje, que es la dialéctica en que se forma la conciencia «de clase» (y aquí habría que hablar de las varias clases populares, las que no tienen poder, de ahí las comillas) lo cual no es más que una de las caras de un proceso, lo que nos permitiría llamar a esa misma realidad: la dialéctica en la formación del sujeto histórico, e incluso el proceso revolucionario)… En fin, a lo que iba: una de esas luchas inmediatas, manifestaciones, huelgas, etc… que en definitiva no sirven para nada, que son, no lucha, sino simulación de la lucha, cumpliendo más bien una función ideológica de dominación, lo contrario de lo que aparenta, está el votar a tal o cual… en la última etapa, al podemismo, como en la etapa anterior fue al PSOE o a otros, etc. La misma decepción por las luchas muy dignas y autosatisfactorias pero ínútiles es la que causa el votar a unos u otros para luego seguir por el mismo derrotero (y veamos Grecia con el «podemismo» de allí): eran, en efecto, ilusión, como ellos mismos proclamaban. (Y a la ilusión se opone la Razón.)
Ese polo de la disputa de lo inmediato, que no está en lo subjetivo pues de estarlo no habría necesidad de hablar de lo que estoy hablando, reside en lo objetivo, donde aparece como necesidad del proceso histórico. Y guste o no (que no sé por qué a algunos no les gusta, si es nuestra tradición, los símbolos y mitos de siempre de nuestro lado, etc) se le den las vueltas que se le den, esa necesidad del pueblo histórico, esa necesidad que ante la quiebra social de un orden que por su irracionalidad no puede estabilizarse por mucho tiempo fuerza al pueblo a tomar los asuntos en sus propias manos, a ejercer la democracia como necesidad y no como cosa bonita y molona, eso en España es la República. No tiene otro nombre.
Siendo la cosa así, y estando el panorama republicano como está y como no podría estar de otra manera estando el pueblo sometido y desarbolado hasta las últimas posiciones, creería necesario, como primer paso ante las elecciones, el plantear un programa, parte de una estrategia, que pusiera ante los ojos de las «masas» y de las fuerzas políticas, que desvelara ante ellas, la República como necesidad. Esa sería la función, y no tanto la de ser un plan, que ya sabemos que los planes nunca se cumplen y los profetas nunca aciertan. Una estrategia que, por ejemplo (no digo que tenga que ser así), diga: el objetivo que nos planteamos es, una vez alcanzada la representación por medio de las elecciones, el primer pa so será proclamar y hacer efectiva la ilegalidad del golpe de Estado de 18 de julio de 1936 y, en consecuencia, entre otras cosas, los referendos franquistas y la mal llamada «constitución» del 78. En consecuencia, formar Gobierno Provisional que, por un lado, emprenda un programa inmediato de salvación del pueblo con medidas sociales y económicas de urgencia, y, por otro, abra el proceso constituyente, mientras que la función del propio gobierno provisional será la de garantizar la libertad constituyente, término que ya veo que usa Trevijano pero debe ser en un sentido diferente al mío, pues a mí me conduce a la imposibilidad del referendo Monarquía/República. (siendo la democracia, la República, condición previa de todo referendo valido, etc… -no me enrollo). En fin, no me extiendo. Ya se ve lo que trato de decir: una especie de proyecto que muestre la viabilidad, que es como mostrar la necesidad por otros medios, y no esos programas de esos partidos que parece que los hacen porque hay que poner algo, pero que ni ellos mismos saben cómo se van a alcanzar. Esa estrategia general a la que iría ligada el programa y, al mismo tiempo, el ligar esto como perspectiva política concreta a las luchas por lo inmediato. INiciando así ese proceso, esa dialéctica, de transformación social que antes llamaba «toma de conciencia» o «constitución del pueblo como sujeto» y que identificaba con el proceso revolucionario.
Ahora no se puede aspirar más que a desvelar esa necesidad de la República, explicando por qué nuestros retrocesos y derrotas, el que paguemos la crisis, el que nada de lo que hagamos sirve para nada, ni para resistir un poco, es precisa y exactamente la manifestación y prueba de esa necesidad. Sabemos muy bien que la gente intuye esto, incluso cuando en la transición renegó y bajó por miedo la cabeza, y aunque la disonancia cognitiva le impida reconocerlo abiertamente todo el mundo era en realidad consciente de esto y de lo que estaba haciendo. Es una intuición, reconocen inconscientemente el patrón de la realidad aunque no sepan luego ni siquiera expresar con palabras la razón del ser republicano y dan razones de estas tontas, o abstractas y desconectadas sin ser tontas, de que si es más barato o más caro, o el elegir o no elegir al Jefe del Estado , etc. Y ese desvelamiento, con una estrategia y un programa como primer paso, hacer ver su función como «empoderador» de las luchas inmediatas en un segundo, y etc, etc, etc, debería cumplir la función de hacer explícita esa «conciencia inconsciente» que ahora o sobrepasa la intuición en unos, el malestar de la mala conciencia por abandonarlo en otros. Si las desnortadas fuerzas políticas de la izquierda que, unas por ultrarrevolucionarias y otras por todo lo contrario pero llegando todas al mismo puerto, renuncian a esta dialéctica de la República, como dialéctica que es de la conciencia de clase: que se estrellen así, frente a la conciencia en desarrollo, contra el pueblo, y que este tenga alternativa reconstruyendo sus organizaciones si es preciso, que pueda decir: «si no me servís, ahí os quedáis». Que la alternativa no sea la frustración y la desesperación del callejón sin salida, de siniestros augurios.
En fin, dejo de enrollarme. Simplemente decir que, por tanto, creo que pese a la modestia de las fuerzas y el abatimiento por la derrota permanente a que es sometido el pueblo, sí hay posibilidades de actuar, y en cierto modo es el momento de actuar. Aunque no se puedan presentar candidaturas o lo que sea.
Me preguntaba hace unos minutos si el éxito del posmo no serían los fuegos de artificio brillantes y sonoros pero mortecinos y caso como ya inexistentes, un aire de fin de «fiesta», que dan testimonio del fin de una etapa, a pesar de autopresentarse como lo nuevo, como la alternativa, es más bien la última visión espectacular (literalmente y en el sentido de Debord) de lo que en realidad ya es cadáver . Un tránsito por el desierto de muchas décadas después de haber estado al inicio a las puertas de la tierra prometida, que ahora toca a su fin, estando ya, como por así decir (muy biblicamene) como en el momento anterior al mover el pie para cruzar la frontera. Y la verdad es que no lo podemos saber. Y dependiendo de lo que haga cada cual será una cosa u otra.
Si me extiendo y doy la lata es por esta intranquilidad e impaciencia que me causa el sentir o intuir (quizás equivocadamente) que es el momento de hacer algo, pese a las apariencias y a que todo se encuentra en las peores condiciones que hayan estado nunca en cuanto a posibilidades y demás. Una especie de momento crítico.