Reseña: «El manantial», de Ayn Rand. Liberalismo y nazismo / Pedro A. García Bilbao

Posted on 2013/01/22

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EL MANANTIAL (THE FOUNTAINHEAD; 1949, 114 minutos). Dirección: King Vidor. Guión: Ayn Rand. Música: Max Steiner. Fotografía: Robert Burks. Intérpretes: Gary Cooper, Patricia Neal, Raymond Massey, Kent Smith, Robert Douglas, Henry Hull. Basada en la novela de mismo título de Ayn Rand

Ayn Rand escribió la novela que sirvió de base para el guión de El manantial, un espeluznante film de Hollywood que nos coge por sorpresa. Se cuenta la historia de un arquitecto orgulloso de su obra y su conflicto por el dominio y el derecho sobre sus diseños y proyectos; las empresas con las que trabaja quieren transformar el proyecto inicial y él se resiste. La historia deriva rápidamente a zonas insospechadas, donde la personalidad egocéntrica, sin asomo alguno de empatía, sociopática, del protagonista se nos muestra como modelo del héroe. No es de extrañar el apoyo que recibió Rand en ciertos medios de la  industria norteamericana con esta obra y otras, pues su trabajo era literalmente munición al servicio de la oligarquía económica y financiera enfrascada en un combate cultural con el New Deal de Roosevelt, y obras como las de Rand no eran precisamente burdas, sino que incluso podían pasar por «profundamente americanas», enmascaramiento particularmente explícito en el alegato final del film. La película es de 1949, ya se ha comenzado a destruir la influencia de Roosevelt y la guerra fría es una realidad, pero los autores saben que es un combate total y en el que no se pueden hacer prisioneros ni ceder hasta la destrucción total, la carga ideológica del film es brutal e inmisericorde y no busca tanto derribar la ideas democráticas y solidarias del New Deal, o el posibilísmo keynesiano como prevenir el futuro y dar la batalla pensando en él.

El desprecio por los trabajadores de la construcción que convirtieron el proyecto en realidad —son ignorados— es casi «olímpico», sólo surge el duelo entre el genio personal que prefiere destruir su obra antes que verla transformada y el poder del dueño de la empresa que desea adaptarla sin preguntar al autor. Pero lo que podría ser una denuncia de la alienación del trabajador por la empresa capitalista, se convierte en otra cosa: no es el trabajo, es el «genio» personal, no es la alienación, sino la intromisión en la esfera del creador individual, no es la empresa, es el estado, pues en realidad se emplea a la empresa pero a quien se critica es al estado. El arquitecto hace estallar una bomba para arruinar la construcción y muere un trabajador. Su juicio se convierte en una apología de la libertad creadora, individual, de la «visión» del superhombre y su supuesto derecho a destruir su obra si le viene en gana a costa de lo que sea. No hay ni un sentimiento de solidaridad hacia la víctima, ni una referencia a que si la obra existe físicamente se debe al trabajo, la empresa coacciona al superhombre gracias al poder del estado y quien recibe la crítica es el estado, no la empresa, pues la empresa en cuestión es creación de otro superhombre —por encima de los «perdedores» simples mortales— y la cuestión deriva hacia un enfrentamiento entre individualidades. El estado, con sus leyes y abogados, es el enemigo, sofoca el resultado «natural» del choque de personalidades superiores, al poner la capacidad de coacción al servicio del más débil.

La lograda puesta en escena que lleva a cabo King Vidor demuestra que la productora (la industria y el poder del dinero conscientes de su influencia cultural) apostó fuerte. Cuenta con medios, con tiempo, es un film largo y complejo para las masas por su gran carga discursiva. ¿Cómo es posible que la industria cinematográfica apoyase algo así? Debe saberse que la propia Ayn Rand dispuso del control total del guión para que fuese ella quien personalmente pudiera controlar el resultado final; algo inaudito en la época. La respuesta es clara, el film es un apuesta política, la industria tiene su propia agenda y sus valores y la obra de Rand ha sido seleccionada. Durante los años de la guerra mundial hubo que filmar historias que hablaban del peligro nazi en América, no faltaron las denuncias de los poderosos caídos en la tentación nazi, del discurso elitista como enemigo de América; fue el Hollywood rojo, auspiciado por Roosevelt y justificado por la guerra. Tras la muerte de Roosevelt, las cosas vuelven a su cauce. Vidor va a hacer una obra militante. No es «realismo socialista» precisamente, es «idealismo capitalista extremo», pues lo de realismo no es adjetivo que le cuadre. Es una obra obscena, saca a la luz lo que está oculto y no debe mostrarse, defiende la dominación, el ego, el individualismo, el desprecio por los débiles, el asco físico por la cobardía de los inferiores que han de unirse en contubernios abominables como el estado o la ley para poder vencer. Es obscena como obscena fue la propaganda y el discurso nazi.

El arquitecto superhombre, lo es integral. Es además de un ego superior, un macho superior, un macho alfa, capaz de subyugar a las mujeres con su sola presencia, solamente la insidia, la debilidad femenina o la acción del dinero de los inferiores puede causarle problemas para mantener en sus brazos a la hembra elegida; una vez más la nociva influencia de lo social corrompido por construcciones antinaturales como el estado, la ley, la costumbre, el dinero, impiden que lo naturalmente predispuesto ocurra, de ahí el componente «anarco», lo que combinado con el componente darwinista nos ofrece el resultado nazi-liberal. El arquitecto, Howard Roark, interpretado nada menos que por Gary Cooper, es el particular «hombre de mármol», el súper-hombre del film; el juego erótico subliminal alcanza cotas pocas veces logradas, la fascinación ejercida por su personalidad dominante no basta,  Roark luce torso y camiseta repleta de vigor masculino mientras se entrega a penetrar rocas con la fuerza imparable de su potente mazo, mientras la dulce Dominique, Patricia Neal, le observa alterada íntimamente ante tan turbadora visión y nerviosa agita la fusta de su caballo. Los encuentros y desencuentros amorosos se deberán a intromisiones externas que no se producirían si el orden natural no estuviera alterado.

El manantial es una obra compleja, muy personal, con una carga ideológica desmedida, en la que de forma explícita se aboga por el orgullo, el individualismo, el desprecio a los débiles, el odio al papel del estado en la defensa de los débiles que son además «inferiores». El título hace referencia al caudal de energía vital inagotable que hace posible el triunfo de los que son superiores por naturaleza, el manantial de voluntad que fluye imparable del ego del superhombre. Es un film para el que tenemos que acuñar algunos conceptos: es nazi, pero no solamente, es aristocratizante, pero no solamente, es liberal, pero no solamente, es minarquista, pero no solamente; es todas esas cosas. La dificultad para calificar el pensamiento de Ayn Rand se encuentra aquí muy bien ejemplificada. Si tomamos el nazismo y lo despojamos de su parte de colectivismo racial y de su hojarasca antiplutocrática —que es el concepto usado por el nazismo—, podríamos calificar al liberalismo de Rand como nazi. En realidad una sociedad minarquista —con el estado mínimo— y con los valores de egoísmo creativo e individualismo extremo de Ayn Rand sería una sociedad de castas, donde los sujetos se agruparían de forma no ya «natural», sino animal, en grupos definidos por sus caracteres físicos y voluntad; esta estructuración social fruto de la supuesta diferencia genética —no cultural—, individual, donde hay seres superiores individualmente cuyas voluntades —el manantial— se imponen a los otros de forma natural, es una sociedad de castas.

Los nazis escogieron la svástica indoeuropea por razón del modelo de castas que regía en el viejo mundo indoário. Una sociedad sin estado, dominada por un sistema de castas donde los dominadores lo son de forma natural, por la fuerza de su voluntad, de su ser superior, sin estados decadentes que obliguen a los superiores a someterse al dictado de los débiles, pues si el estado surge de la dominación natural, ya no es estado sino solamente el orden cósmico. Esta concepción es puramente nazi, y es un punto de encuentro con supuestos defensores de la «libertad individual» liberales como Ayn Rand. La autora de El manantial nos recuerda a Ernst Jünger y su obra de entreguerras —En los acantilados de mármol, y otras— en los que este autor alemán refleja su visión aristocratizante, su desprecio por las masas amorfas, su idealización del héroe  tradicional encumbrado de forma natural por los atributos personales y que le hacen merecedor de derechos exclusivos, los privilegios del héroe. Si Júnger es antinazi (formó parte de la resistencia de los oficiales prusianos a Hitler), no se debe a sus valores democráticos, sino más bien a lo contrario. Jünger desprecia a Hitler y al nazismo por puro clasismo, por su origen de clase. Los héroes tradicionales se ven amenazados por la jauría rabiosa de las SA y las SS que con su locura ciega arruinan el edificio tradicional del poder. Jünger fue pretendido por el NSDAP, —su obra Tempestades de acero, fue casi un libro de culto para una generación de alemanes humillados por Versalles—, el III Reich le quiso entre los suyos, pero si se resistió fue por desprecio de clase, no por repugnancia a los aspectos constitutivos del nazismo. Ayn Rand, desde su personal contexto cultural y social, el de una mujer rusa, exiliada en Estados Unidos, profundamente anticomunista, que desarrolla un credo personal basado en la afirmación sin límites del ego y en un desprecio profundo de cualquier intromisión ajena en su mundo personal, es una versión «liberal» del aristocratismo prusiano de Jünger.

Es la ambigüedad de los conceptos empleados por Rand, propios del liberalismo anglosajón los que mueven a confusión… ¿quién puede estar en contra del concepto de libertad? ¿quién puede defender la intromisión del estado, del poder, en la propia conciencia? Pero afirmar esa absoluta independencia en abstracto, olvidando la naturaleza social de los seres humanos, nos lleva a obviar el cómo nos podemos organizar social y políticamente  con esos principios. El «dejemos a cada uno con su responsabilidad ante sus logros y fracasos» se vuelve sinónimo de aceptar como naturales las diferencias que se vuelven, y esto es lo grave, deficiencias de los otros, y los deficientes no tienen derecho a imponerse a los superiores. El liberalismo extremo de Ayn Rand lleva a un sistema de castas superiores e inferiores, a un modelo social de dominación aterrador, por mucho que la palabrería vacía, sea pasto de toda suerte de ingenuos o incautos. El protagonista de El manantial debe luchar contra una sociedad enferma por la dominación de los débiles a través del estado, pues sólo el estado y su capacidad de coacción pueden vencer a los poderosos por naturaleza y el estado es la creación demoniaca que altera el orden natural de las cosas. La cuestión es ¿cómo sería la sociedad al modo natural del superhombre, del ego imbatible? Sería una sociedad en la que la estructura social sería el reflejo natural de las deficiencias del carácter de cada cual, ocupando de forma natural la posición superior los que son dominadores por naturaleza y son capaces de controlar y someter su fuerza de voluntad. Estaríamos ante una sociedad de castas, como la que estaba en la mente de los ideólogos nazis, siendo las diferencias con ellos bastante más superficiales de lo que pudiera parecer.

Para liberales y nazis el concepto de clase social es una abominación y el de casta coincidente. Clase se refiere a factores externos, objetivables, medibles, coyunturales, pero sobre todo alterables por la acción humana (el trabajo, la cultura, la política, la ley, el cambio social), lo que para nazis y liberales es «bolchevique». La ilustración —y la izquierda que de ella surgió— consideró que los seres humanos no tienen naturaleza sino condición, y que la educación, la instrucción pública, es el camino para mejorar la condición humana. Tal concepción, unida a los derechos humanos universales, sociales y políticos y a la idea de ciudadanía, son la base del republicanismo clásico, es decir, algo a destruir por el liberalismo radical y el nazismo. El darvinismo social extremo es el punto de encuentro entre liberalismo y nazismo, por mucho que la propaganda dominante al servicio del capitalismo real pretenda enmascararlo. En esa tarea de intoxicación, la figura de Ayn Rand ha sido muy importante, y solamente la indigencia actual del pensamiento crítico y el dominio cuasitotal de los medios de comunicación por el pensamiento —digámoslo así— único neoliberal, puede explicar el retorno de obras y mensajes como el suyo. Una sociedad sometida a la postmodernidad y a la desestructura «creativa» del capitalismo moderno, desideologizada, con los valores de la Ilustración y de la izquierda derruídos, con un acoso continuo a toda forma socialmente vertebrada de cooperación y solidaridad, atomizada socialmente, deja a las personas inertes, indefensas y propensas a tragar como liberador o guía, discursos y palabrerías que dicen defenderles como individuos frente a las maquinaciones del estado, los políticos, los sindicalistas o los corruptos. Es esta la clave para entender este retorno de la autora de El manantial.

Ver difundidas viralmente por las redes sociales citas escogidas —y descontextualizadas— de Ayn Rand, la profusión creciente de los colores amarillo y negro del minarquismo y anarco.capitalismo, como símbolo de «rebeldía individual» frente a la «casta política», es un indicio claro de que los mismos poderes oligárquicos que apoyaron a Rand, combatieron al New Deal, al welfare state  o al comunismo  y a las ideas de democracia, los derechos sociales y políticos, izquierda, sindicatos y fraternidad organizada y vertebrada socialmente frente al egoísmo y el darvinismo social nazi-liberal, son poderes crecientes hoy y dispuestos a una nueva cruzada para aplastar la herencia cultural y política de la Ilustración.