Reseña: Cine: «Nueve cartas a Berta», Basilio Martín Patino (1965)

Posted on 2010/01/07

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Título: Nueve cartas a Berta

Director: Basilio Martín Patino

Fecha: 1966

Nacionalidad: Española

Una crítica

De la Salamanca del franquismo a la Salamanca del PP. A propósito de Nueve cartas a Berta, Los paraísos perdidos y Octavia

Adolfo Bellido. Publicado en: http://www.encadenados.org/n37/patino_3.htm

“Salamanca supone para mi una cierta nostalgia o un cierto fastidio al comprobar que ni la ciudad puede ser ya como a mi me gustaría, ni yo podría asentarme nunca en esta ciudad porque me entran ganas de volverme a Madrid y reencontrarme a mis amigos y mis ambientes, que quizás sea un modo de huir de parte de mi mismo y de liberarme no sé bien de qué.”

(De una entrevista de Patino en “La Gaceta Regional” de Salamanca el 21 de diciembre de 1970.)

COMPRENSIÓN E INCOMPRENSIÓN

“Estoy un poco harto también de andar haciendo siempre el ridículo con nuestros transcendentalismos, cuando tan a gusto se puede estar comiendo y bebiendo bien.”

(Lorenzo en la carta quinta -Un domingo en la tarde- de Nueve cartas a Berta.)

Nueve cartas a Berta (1965) es el primer largometraje de Patino. Antes ha realizado las prácticas obligatorias en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (para entendernos lo que entonces era la “Facultad” de cine) donde ha estudiado junto a Francisco Prosper, Manuel Summers, Miguel Picazo y José Luis Borau. También ha hecho dos documentales que él mismo produce junto con alguno de sus compañeros de promoción.

La película fin de carrera del Instituto de Cine deja ya entrever lo que interesa a aquel joven nacido en un pueblo de Salamanca (Lumbrales) en 1930. Se titula Tarde de domingo y habla de la frustración de una mujer que se queda sola en su casa una tarde de domingo. Sola o encerrada (¿un símbolo acaso de la propia España?) mientras sus padres han salido a pasear. Poco, o nada, tiene que ver ese corto de 29 minutos (donde por cierto intervino como script Víctor Erice), con el cine que entonces se hacía en nuestro país, incluso en la escuela. Por encima de su trasfondo socio-político hay un premeditado intento de experimentación. Se puede buscar en ese sentido opresor, en la transmisión de un aburrimiento que sale de la propia pantalla, ecos del cine de Antonioni. Filme brillante, desencantado, triste y hermoso. Un dilema entre el fuera (la calle, las llamadas insistentes de alguien al teléfono…) y el dentro (la casa). Sólo la ventana, a la cual se puede asomar la protagonista, para simplemente mirar, insinúa la existencia y la dificultad de unir ambos mundos. Sin duda, y de forma concreta, estamos ante un ejemplo de cine político porque detrás de ese aislamiento, de la renuncia de una juventud, se desprende la propia opresión interna de un régimen represor.

Antes de rodar Tarde de domingo en 1960 (un dato curioso es que Carlos Saura da el mismo titulo a su práctica fin de carrera), Basilio ha realizado al menos otras dos prácticas en la escuela (El descanso El parque), así como un cortometraje titulado El noveno (en la producción aparecen, entre otros, los nombres de Mario Camus y José Luis Borau), de estructura bastante clásica, sobre las fiestas de un pueblo salmantino, Sanfelices de los Gallegos.

Al terminar su carrera, y presentar como práctica de fin de la misma Tarde de domingo, realiza un nuevo cortometraje titulado Torerillos 61. Aquí aparece ya claramente delimitada la personalidad del realizador: su filme posee las características propias de su obra posterior. Me refiero, claro está, al excepcional dominio del montaje, la utilización de diversos enfoques narrativos, el uso de los medios de comunicación como soporte-avance de la historia e incluso, y eso es lo más importante, la utilización de un tono documental como camino para desarrollar la narración. No es, ni mucho menos, un documental al uso, más bien se trata de mostrar y demostrar la inexistencia del verdadero documental. Para Patino todo (ficción o no ficción) se transforma en un documento. El documental no existe en cuanto es imposible que el cine en general, y el arte en particular, se identifiquen con una realidad. Eso no es más que una falacia de la que se sirve cualquier realizador para transmitir una serie de ideas sobre situaciones o hechos.

Torerillos 61 no hace más que reflexionar sobre el tema que le interesa, con la obsesiva presencia (como en todo su cine) de la voz en off a cargo de Fernando Rey. Un mundo, el de unos torerillos decididos a triunfar, pero que gran parte terminarán por fracasar, que no es muy distante del que luego se presentará en títulos como Queridísimos verdugosCanciones para después de una guerra Andalucía, un siglo de fascinacióny… por supuesto, en sus filmes de ficción. Entre estos y aquellos no existe ninguna diferencia, como demostrarán la excepcional La seducción del caos, por no decir la misma Madrid Nueve cartas a Berta. Patino “documenta” el momento presente a través de sus “falacias y juegos”. Se trata de reflexiones en voz alta sobre lo que ocurre. Su pensamiento “focaliza” la presencia de una trágica realidad: la dura lucha por la existencia. Pero ¿a costa de qué? ¿Y por qué? En la producción de estos “torerillos” también se encuentran, entre otros, Camus y Borau. Realmente este cortometraje se rodó al mismo tiempo que El noveno aunque tardó dos años en llevarse a cabo la postproducción. Y con esta pequeña y magnifica obra comienza Basilio a cosechar premios. Así recibe el primero en el festival de cine documental de Bilbao. Estuvo presente también el corto en los certámenes de Londres y Oberhausen.

Desde el año 1960 ha comenzado a realizar anuncios publicitarios, labor en la que al menos continuará hasta los años ochenta, para No-Do y su serie “imágenes” en 1962 había dirigido Versos a la Navidad, pero la “expansión” del joven y válido cine español en los años 60 (y al unísono con otros movimientos que aparecen en otras partes gracias al impulso de la nouvelle vague) lleva a Patino a la realización de Nueve cartas a Berta en 1965.

Su primer largometraje después de terminado tarda meses en estrenarse, pero, entre otras cosas, la Concha de Plata que recibe en el festival de cine de San Sebastián posibilita su estreno, que se produce primero de forma tímida/limitada, y, después, ante una aceptación bastante superior a la esperada (es, junto conCanciones después de una guerra, la película más vista de su director) logrando una exhibición bastante normalizada, superior a la de muchos filmes españoles de aquel periodo. Ocurre, como siempre pasará en el cine del buen director salmantino, que gusta mucho o se aborrece. Patino no trata, incluso desde sus comienzo, de realizar un cine académico, sujeto, por tanto, a unas determinadas reglas. Por el contrario realiza películas rompedoras, innovadoras que buscan nuevas formas de expresión artísticas.

Rodada en Salamanca fundamentalmente (y con algunas secuencias en Madrid y en dos pueblos salmantinos, Arapiles y Valero de la Sierra) nos cuenta la historia de un estudiante, Lorenzo, que vuelve a su ciudad (Salamanca) después de haber saboreado la libertad de fuera, al haber pasado el verano en un campo de trabajo en el extranjero. Allí ha conocido a Berta una chica hija de exilados españoles. La amistad con ella también le ha abierto a otros mundos.

Si alguien, que no ha visto la película, piensa que estamos ante la historia simple y llana de un “estudiante”, le diré que se equivoca totalmente. No, Nueve cartas a Berta es un impresionante crónica de la España de la dictadura, de sus sometimientos y sus claudicaciones. Con Salamanca, ciudad provinciana, dormida o soñando con sus piedras doradas, como fondo. Está rodada, como se hacía en aquel tiempo, en blanco y negro, pero la ausencia de color es esencial como reflejo de la época. Las nueve cartas que Lorenzo escribe a Berta son el eje narrativo y que sirven como método para reflejar algo evitando recurrir parcial o totalmente al “flash-back”, en este caso le permite mostrar lo que no se ve (lo que ha ocurrido antes de lo que estamos contemplando). Algo que ha despistado a algunos críticos al ver su, más compleja aunque no mejor, Octavia: dar la información completa de los años vividos por el protagonista a partir del presente.

Lorenzo realiza un viaje a ningún sitio. Busca ese lugar en el mundo que le salve de la opresión, el aburrimiento, la frustración. No lo encuentra. El mundo, su mundo, está muerto, parado o, como mínimo, ralentizado. Excelente la escena del casino,  ese instante en que algunos personajes aparecen estáticos, como si fueran estatuas, una secuencia quizá inspirada en El año pasado en Marienbad. Como también son altamente representativos de ellos las tomas a  “cámara lenta” como ésa que cierra una de las cartas en la que se muestra a un personaje andando por la Plaza mientras lee el ABC.

La película presenta la lucha de un joven por evitar el inmovilismo al que tratan de condenarle los otros. Es el intento de encerrar a alguien que desea vivir: finalmente queda encerrado en su “casa”, obligado a renunciar a su libertad, a su vida. El ambiente, los que le rodean, le han “demostrado” que es preferible, que se vive mejor si uno acepta la vida tal como viene. No hay que rebelarse. Ése, aquél, es el mejor de los mundos. Al menos se emparenta con los demás. No está sólo. Triste conclusión de un joven dispuesto a encerrarse para siempre, a no ser capaz de irse lejos, de buscar otros mundos menos opresivos.

Nuestro protagonista realiza tres viajes en el filme. El primero, que no vemos, nos habla de una anterior estancia en el extranjero. El segundo lo realiza a Madrid, donde Lorenzo contacta con dos tipos de jóvenes: unos religiosos, probablemente en la línea del Opus, que asisten a una especie de “cursillo de cristiandad” impartido por un cura simpático, de apariencia abierta, pero pescador sibilino en aguas estancadas; otros en apariencia inquietos, progresistas, pero que realmente reducen su rebeldía a inútiles charlas de café.

No entiendo como viaje el que realizan a un pueblo para “divertir” a los habitantes del lugar: una especie de “misión” lúdica de los estudiantes en un estereotipo muy asumido en aquellos años, por tanto, el tercer viaje es para “curar” su desasosiego. Va a ver a su tío, el cura que vive “tranquilamente” en un pueblo de la sierra salmantina. Los paseos por el campo y la conversación con aquel cura clásico, simplista en oposición al cura “cazador” de talentos que conoció con anterioridad, le llevan a admitir lo inadmisible: dejarse ganar por la tranquilidad, asumir el mundo como el mejor en el que se puede vivir. Todo para nada. Ni importa la ausencia de “libertad”, ni la “realidad social” que se vive. Sólo hay que aceptar la existencia, no meterse en jaleos, casarse con la novia de siempre, y olvidar a Berta y todo lo que ella significa. Cambiar la inquietud por la quietud. Vegetar en vez de vivir. Decir sí a todo.

No es extraño que la última carta de forma irónica se titule “Un mundo feliz” (cada carta va precedida de un dibujo antiguo, realizado por José Luis Alcaín, y en el inferior izquierdo de la imagen aparece el número y título de la carta). El final es el momento de hacer las paces con sus padres, su novia. Todos sonríen: el “niño” está curado. Un autobús le trae del pueblo y le va a buscar su padre, un escritor frustrado por la guerra civil, alférez provisional y que asiste habitualmente a los actos que organiza el régimen. Le sonríe en el encuentro, hablan, reconoce que su “chico” está cambiado. Es una de las más brillantes escenas de una excelente película: ambos, padre e hijo, caminan hacia la casa mientras la cámara en contrapicado muestra los edificios (Iglesias, conventos)  “tan grandiosos como viejos” de los lugares por donde pasan. Se oye la conversación de ambos mientras los edificios parecen aplastarlos. Y es que la ciudad está “aplastando” a Lorenzo: allí, además, el tiempo sigue parado. ¿Qué mejor forma de contarlo? Llega a casa. Todo son agasajos, abrazos. Allí quieta, casi fosilizada, sigue su abuela: la representación de lo caduco, pero siempre presente. Después, finalmente, le veremos con su novia (como al principio, pero en una actitud totalmente distinta) sentados al lado del río. Ella también le sonríe. Puede estar tranquila. Berta y la inquietud que representa han quedado atrás, muy atrás. Lorenzo, dócil, terminará su carrera, se casará con ella (que además es “mona” y con dinero), tendrán hijos… ¿Qué más se puede esperar de un mundo tan inmensamente bello? ¿Qué más da que otros lo pasen mal? ¿Es, acaso, su problema? El río, siempre presente en esta trilogía como significando la vida que pasa, que continua constantemente, les mira o en él se miran. Más allá se insinúa una falsa primavera. El plano final niega el happy end y el beso hollywoodense, mostrando un paisaje vacío de personas. Al fondo, uno de los puentes de la ciudad. Por encima de ellos Salamanca. El porvenir de Lorenzo, como el de su estudioso amigo, es claro: terminar la carrera y preparar unas oposiciones que le “sirvan” para que siempre pueda saborear lo “bueno” de una vida integrada en el sistema.

Las cartas de Lorenzo no suponen en realidad un diálogo con Berta. Son reflexiones, pensamientos personales, preguntas sin respuesta, que se plasman en unas cartas para un determinado destinatario pero que en realidad se las hace a sí mismo. Llamadas de socorro para encontrar su identidad o entender el mundo en que a nuestro personaje le ha tocado vivir. Un mundo hosco, lleno de miseria intelectual, encerrado en sí mismo, dormido en un sueño de eternidad. Parece un tiempo parado cuya vejez es explicada por la presencia de los propios monumentos. Bellos, eso sí, y maravillosos, pero en los que no se puede encontrar ninguna respuesta.

La entrada en la Plaza Mayor de unos acompañantes del viejo profesor, que ha vuelto de lejos para explicar su lección, es uno de esos momentos mágicos del cine Patino. Hay una ruptura y al mismo tiempo una emoción. Con ello, igualmente, se explica la desorientación de unos seres, el no saber muy bien lo que definitivamente se desea. Ahí, en ese instante, la cámara “descubre” la bella plaza salmantina y existe un recrearse en su visión al tiempo que el viejo profesor habla de la belleza y de la tranquilidad del lugar y de la ciudad (“tienen que darse cuenta de lo que es vivir en esta ciudad… Me dan ustedes envidia. Si supieran cuánto se echa de menos”), del tiempo que no pasa al quedar suspendido en un pasado que sigue vigente

Detrás de cada plano, de cada imagen de Nueve cartas a Berta está una ciudad, el “efecto” que produce sobre los personajes. Una ciudad, que es una determinada, pero que puede ser cualquiera. Reflejo de una España en un momento determinado: los años 60. Sus calles, el deambular de los personajes, las clases en la Universidad, las reuniones con los curas, las gentes de los pueblos, la familia… Espejos que reproducen la realidad del momento. Intemporalidad en cuanto los problemas planteados son de cualquier momento pero al mismo tiempo “documento” de un determinado instante de la Historia de un país (éste nuestro) pugnando entre el conformismo y la necesidad de oxigenarse gracias a un movimiento necesario. Se trata de pensar más que decir, mostrar la importancia de una revolución o de un cambio. Finalmente todo será inútil y las cosas seguirán constantemente en el mismo punto. Pesimismo trágico vivencial. No hay salida ante el conformismo, ante la afirmación constante de una muerte en vida. Claudicación ante la lucha. Lorenzo al final será consciente de su derrota. El ambiente le ha vencido. Siempre quedará unido al pasado, a una existencia vulgar, repetitiva, como formando parte de la misma fosilizada ciudad anclada en el tiempo.

Gran película, cada vez más viva, que abre la lista de los excelentes largometrajes imperecederos de Patino. No se puede entender el cine español sin su obra. Una de las más ricas, sugerentes y también desconocidas que ha puesto en pie nuestra cinematográfica. Un filme que inicia una trilogía sobre la historia de unos seres que se preguntan sobre ellos mismos, sobre su existencia en el mundo provinciano que desea atraparles. ¿Qué será en el mañana de Lorenzo? Nadie podrá dudar que será un personaje gris en una ciudad hermosa. Su futuro será una repetición del de sus familiares. ¿Existe acaso alguna salida?